La estrategia del caos
La respuesta de las Bolsas a los aranceles de Trump certifican el daño que la guerra comercial puede hacer también a Estados Unidos
Este miércoles se cumple una semana desde que Donald Trump declaró la guerra comercial con esa mezcla de contundencia y tacticismo que le caracteriza. El mal llamado Día de la Liberación consistió en activar un arancel universal mínimo del 10%, y a partir de ahí establecer subidas en función de una fórmula disparatada por la que, básicamente, el presidente republicano premia y castiga a quien quiere. El resultado es que, con medidas más duras de lo esperado, ha puesto patas arriba la economía mundial.
La primera consecuencia fue una avalancha de reproches: desde Asia hasta Europa u otros socios tradicionales de EE UU como Canadá y México. La segunda, un terremoto en las Bolsas, que, en la que ya es la mayor sacudida en décadas, han encadenado tres sesiones de fuertes caídas: desde el 2 de abril, el índice Euro Stoxx 50 ha caído un 12,2%; el S&P 500 estadounidense, un 10,7%. El dinero es temeroso y los mercados suelen ser un acelerador de las crisis. Y esta vez han barrido las subidas de los últimos meses. De entrada, porque la incertidumbre provoca siempre una mueca de disgusto en los inversores. Pero también porque parece darse por descontada una caída del PIB estadounidense, incluso del PIB global. O una estanflación, esa peligrosa enfermedad que combina estancamiento e inflación.
Los analistas, que hablan de desaceleración global, dan una probabilidad de recesión en EE UU superior al 50%. Tenemos un shock negativo de oferta (vía aranceles) combinado con el debilitamiento del dólar, que puede causar estragos en el mercado de deuda; y tenemos inflación y una caída abrupta de los niveles de capital de la banca. Lo positivo es que al volante de la política monetaria hay una generación de banqueros centrales que llevan dos décadas gestionando continuas crisis: no sería extraño ver en el horizonte nuevas rebajas de los tipos de interés. Por el lado negativo destaca la dificultad de entender la estrategia de Trump, que cae en continuas contradicciones. El resultado es un grado de incertidumbre cercano al caos. Cuando las Bolsas tiemblan suelen salir a la luz las vulnerabilidades del sistema. En este caso, las que se incuban desde la salida de la Gran Recesión de 2008. Las subidas arancelarias tienen potencial para mutar en una crisis financiera en toda regla.
Lo que al principio podría haber sido una corrección de los mercados a la política de Trump se ha convertido en una crisis de confianza —en un episodio de pánico— porque el presidente republicano no parecer tener intención de ceder. Lo que lleva a pensar que impone esos aranceles no solo para evitar una impopular subida de impuestos sino también para forzar, por la vía sísmica, un reequilibrio en el orden geoeconómico mundial. Los países más afectados son los que dependen más de las exportaciones industriales: China y Alemania. Pero también Europa en general, con unas bases industriales muy castigadas y una arquitectura institucional a medio hacer: a pesar de la crisis del euro, no hay todavía unión bancaria digna de ese nombre, ni unión del mercado de capitales, ni mucho menos unión fiscal. La combinación de confusión e incertidumbre que ha insuflado el trumpismo es la peor noticia económica en un mundo convulso, con una guerra en Europa y otra en Oriente Próximo y, ahora, el fantasma de la recesión en pleno conflicto comercial.
Porque las represalias son el siguiente capítulo. China ha reaccionado ya con un arancel recíproco del 34% al que Trump respondió este martes amenazando con gravámenes adicionales del 50%. La UE, por su parte, lanzó una propuesta para enfriar las hostilidades: retirar los aranceles para los bienes industriales. Pero se guarda una opción que combine subidas arancelarias, medidas regulatorias e, incluso, el botón nuclear del instrumento anticoerción, que pondría serias trabas a la actividad en Europa de las grandes plataformas digitales estadounidenses. Hasta que esa respuesta llegue, solo algo es seguro: Trump ha empujado la economía internacionales hacia aguas turbulentas de cuya crecida tampoco se va a librar Estados Unidos.